La conservación del manglar, un salvavidas para el mundo

La conservación del manglar, un salvavidas para el mundo
Apple, Conservation International y comunidades colombianas se asocian para proteger los árboles costeros que capturan el carbono de la Tierra
Las raíces de un árbol de mangle son como venas. Se levantan y se sumergen en las aguas saladas de la bahía de Cispatá en Córdoba, Colombia, a lo largo de la costa del Mar Caribe, extendiéndose en todas direcciones. Una serie de canales han formado una carretera arterial que conecta con el río Sinú, proporcionando un acceso de una sola vía al interior y exterior del manglar, donde los pescadores y leñadores comienzan su día de trabajo.
“En este momento tenemos mucha gente trabajando en abrir los canales para mantener el flujo del agua”, dice Roberto Canchila Ávila, presidente de Asoamanglebal, la primera asociación ambientalista de mangleros de balsa en San Bernardo del Viento en Córdoba. “Debido a que estamos en el verano, hay partes donde el flujo del agua es distinto y los peces mueren porque se quedan sin oxígeno”. Es un equilibrio delicado: demasiada agua de río, o muy poca agua salada, y el manglar podría ser destruido.
El manglar ha sido, por mucho tiempo, un salvavidas para las comunidades costeras de Colombia. Las protege de las mareas a causa de las tormentas, y ofrece alimento y suministro de madera para las familias. También es un salvavidas para el mundo, ya que absorbe el carbono de la atmósfera y lo guarda en la profundidad de su suelo arcilloso, por debajo del nivel de flotación, durante siglos. Estudios recientes muestran que puede almacenar hasta 10 veces más la cantidad de carbono por cada acre (4,046 m2) que los bosques terrestres.
Sin embargo, las presiones de la agricultura, la pesca y la explotación forestal ilegales, combinadas con el cambio climático, están amenazando su existencia. “Hay muchos grupos ilegales trabajando en el manglar”, dice Canchila Ávila. “No saben, o no les importan los esfuerzos por la sostenibilidad”. De acuerdo con Conservation International, cuando se degradan o se destruyen, los manglares y otros ecosistemas costeros emiten a la atmósfera el carbono que han almacenado por siglos, y se vuelven fuentes de gases de efecto invernadero. Calcula que se están emitiendo anualmente alrededor de 1 mil millones de toneladas métricas de CO2, desde los ecosistemas costeros degradados1. Eso es el equivalente al total de emisiones anuales de los autos, camiones, aeronaves y barcos en los EE.UU. en 2017.
En esta mañana soleada y húmeda de abril, la bahía de Cispatá está tranquila, excepto por unos cuantos pescadores locales que están en el mar, sumergidos hasta la cintura, lanzando sus redes tejidas a mano. Aquí, Conservation International e Invemar (Instituto de Investigaciones Marinas y Costeras) están recolectando muestras del suelo arcilloso que se analizarán para medir el carbono almacenado en el sedimento por debajo del nivel de flotación, conocido como “carbono azul”. Junto con la fundación Omacha, las tres organizaciones están diseñando un modelo de financiamiento de carbono con el objetivo de incentivar la conservación y la recuperación de los manglares en la región, trabajando en asociación con la autoridad ambiental del gobierno local (CVS) y las comunidades locales.
Para la campaña de Apple Give Back, del Día de la Tierra 2018, Apple se asoció con Conservation International a fin de proteger y restaurar el bosque de manglar de 27,000 hectáreas en la bahía de Cispatá, que se espera capture 1 millón de toneladas métricas de CO2 a lo largo de su vida. En la cumbre del Global Climate Action Summit el pasado septiembre en California, la vicepresidenta de Medio Ambiente, Política, e Iniciativas Sociales de Apple, Lisa Jackson subrayó la importancia de este tipo de preservación. “Estos bosques son fundamentales porque son una de las herramientas más importantes de la naturaleza en el combate al cambio climático”, dijo. “A nivel global, hemos perdido la mitad de los bosques de manglar del mundo desde la década de los 40s, así que ya es tiempo de que comencemos a conservarlos y protegerlos”.
El proyecto de Conservation International ies el primero en el mundo en cuantificar completamente los créditos de carbono azul tanto en los árboles como en el suelo, y será un modelo para escalar la captura de carbono en los ecosistemas de manglares a nivel global y reducir las emisiones causadas por la deforestación en estas áreas.
“Somos los primeros en este nuevo modelo de humedal”, dice María Claudia Díazgranados Cadelo, bióloga marina y directora de los Programas de Incentivos Comunitarios en Conservation International. “Necesitamos fortalecer la forma en que medimos las reservas de carbono en los componentes del suelo de los manglares. Otras metodologías solo usan la biomasa por encima de la tierra, sin tener mucha consideración por el suelo que es el lugar más importante donde los manglares, y otros ecosistemas costeros, almacenan el carbono”.
Más allá de la bahía, hay cientos de familias que viven y trabajan con el manglar. Los mangleros, como se les llama, son parte de una red de asociaciones de mangleros locales, formadas para conservar y proteger el manglar, al igual que las comunidades que dependen de ellos para su comida y sustento.
En el pueblo vecino de San Antero, la originaria de Cispatá, Rosa Pérez, dirige la relación entre la comunidad y las organizaciones sin fines de lucro, mediante la Asociación Independiente de Mangleros. “Prácticamente yo nací en en el manglar”, dice Rosa Pérez. “Cuando era una niña, comencé a dirigir las expediciones al bosque y explorar la vida. No sabía que era una líder, pero todos me seguían. Así fue como comencé a liderar los movimientos”. 
Desde 1976, Rosa Pérez ha reunido décadas de información sobre el manglar, incluyendo datos de los animales que allí habitan, la salud del manglar y los canales que corren a través de ellos. Las carpetas de mapas y análisis profundos sobre las características de estos árboles costeros ocupan dos libreros en el despacho de su casa. Posee la colección más grande de datos sobre la región, desde mucho antes de que la bahía de Cispatá fuera catalogada como un Subsistema de Áreas Marinas Protegidas, cuyos términos también se encuentran en algunas carpetas en la casa de Rosa Pérez. 
“Vimos el desplazamiento en la boca del río”, dice Rosa Pérez. “Vimos cambios en los procesos ecológicos desde los animales hasta el bosque. Todo siguió cambiando, y finalmente un manglar que había estado allí durante tres o cuatro siglos, se desplazó a la tierra y así, con el paso del tiempo, la gente empezó a obtener su sustento del manglar”.
Según lo que recuerda Rosa Pérez, la comunidad vendía todo lo que podía: madera, corteza, pescado y cangrejos. Por lo tanto, cuando un político local intentó etiquetar a los trabajadores de los manglares como depredadores ecológicos, Rosa Pérez enfureció. Mientras los trabajadores del manglar eran acusados de destruir los árboles con sus prácticas de pescadores y leñadores, la realidad es que los árboles se estaban muriendo por un proceso natural.
“Comenzamos a hablar un nuevo idioma, una combinación entre el lenguaje de los profesionales, técnicos y científicos, y el lenguaje de la comunidad”.
“Cuando tenía 3 años, competíamos para ver quién podía encontrar el árbol más grande que estuviera enterrado”, dice Rosa Pérez. “El manglar había desaparecido, quizás a causa de la salinidad o la falta de afluentes. La experiencia condujo a una respuesta en 1992… Fui a las minas de sal con los trabajadores del manglar. Sacaron la tierra con sus manos y palas. Desplantaron el árbol para demostrar que ellos no lo habían cortado.
Esa prueba sentó las bases para una alianza de largo plazo entre la comunidad local y CVS, estableciendo un conjunto de prácticas sostenibles para el uso de los manglares. Entre ellas está un plan de rotación para aprovechar los manglares de una sola área designada a la vez, a fin de que cada zona tenga tiempo para recuperarse y restaurarse a sí misma.
“Hemos comenzado a hablar un nuevo idioma,” explica Rosa Pérez, “una combinación del lenguaje de los profesionales, técnicos y científicos, y el lenguaje de la comunidad. Eso es lo que nos ha hecho crecer y ser capaces de llegar al lugar en el que nos encontramos hoy.”
40 kilómetros al este de San Antero, en San Bernardo del Viento, Canchila Ávila de Asoamanglebal, está dirigiendo una relación similar entre la comunidad, las organizaciones locales y el gobierno local. Mientras Canchila Ávila coordina la tala y el escampado de los manglares para mantener el flujo de agua, él también otorga los permisos para cortar la madera que se vende para fines de construcción. “Tomamos de los manglares, pero también los estamos preservando,” dice Canchila Ávila. “Si encontramos un área con pocos árboles, sabemos que necesita rehabilitación y que debe reponerse. Dejamos que esa área se recupere y añadimos árboles.” 
“Conocemos el área y sabemos de la altura del nivel de río, de ahí que solíamos cortar sin ningún conocimiento técnico previo, simplemente porque crecimos viendo cómo se hacía”, dice Canchila Ávila. “Hoy combinamos el conocimiento técnico de CVS con nuestra experiencia”.
Canchila Ávila, Rosa Pérez, Díazgranados, y un equipo de biólogos marinos y ambientalistas están todos al frente de estos esfuerzos de conservación. Sin el conocimiento y la experiencia de los mangleros, preservar el manglar sería casi imposible.
“Ellos son nuestra mano derecha en términos de esfuerzos de conservación”, dice Díazgranados.
Las raíces entre la gente de la bahía de Cispatá y el manglar son profundas. Tanto que cada año el Festival del Burro en Semana Santa sirve como un recordatorio. Basado en una historia bíblica contada a través del lente de un marionetista local, unos burros enmascarados llevan a un hombre a la plaza del pueblo donde se le sentencia a muerte por sus crímenes y en consecuencia debe dar lectura a su última voluntad. En ella, declara: “A la gente del manglar, le dejo el manglar”.
1 Pendleton, L., D.C. Donato, B.C. Murray, S. Crooks, W.A. Jenkins, S. Sifleet, C. Craft, J.W. Fourqurean, J.B. Kauffman, N. Marbà, P. Megonigal, E. Pidgeon, D. Herr, D. Gordon and A. Baldera. “Estimating Global ‘Blue Carbon’ Emissions from Conversion and Degradation of Vegetated Coastal Ecosystems,” 2012.
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